
En el verano de 1914, las burguesías y los imperialismos que habían preparado sus arsenales para el inminente conflicto, recogían también los frutos de una intensa propaganda e intoxicación ideológica del proletariado en las realidades nacionales concretas.
El imperativo era claro: los principios internacionalistas, la pertenencia de clase y la lucha de clases como elementos discriminatorios y criterios orientadores de la acción política, superiores a cualquier filiación nacional y a cualquier motivación esgrimida por las burguesías para sus guerras, todo lo cual podía, a lo sumo, ser tolerado en tiempos de paz y de vida relativamente estable del capitalismo, pero no cuando la disputa entre los intereses burgueses alcanzaba el clímax del gran choque.
La unidad de los trabajadores contra la opresión de clase común, más allá de las divisiones y barreras nacionales, debía reducirse a una consigna de conveniencia, de la que se hacía alarde cuando no podía hacer gran daño a los intereses capitalistas, a sus Estados y a sus patrias, pero que se abandonaba rápidamente cuando la patria exigía la movilización de masas para el reparto de los mercados internacionales y la distribución de las esferas de influencia entre las potencias.
A los trabajadores alemanes se les dijo que tenían que defender la patria de la Kultur y los logros del socialismo nacional contra la atrasada tiranía zarista y la arrogancia imperial de Gran Bretaña y Francia.
A los trabajadores rusos se les dijo que la guerra era contra el bárbaro militarismo germánico.
Al proletariado británico se le dijo que tenía que ponerse del lado de la cuna de la democracia parlamentaria y defender la autodeterminación de la “pobre Bélgica” contra la brutalidad de los Imperios Centrales.
A las masas trabajadoras francesas se les encomendó la tarea de proteger la patria de la libertad contra los hunos.
En segundo lugar, los obreros y campesinos italianos se lanzaron a la gran matanza en nombre de la culminación del Risorgimento.
También le tocó al proletariado estadounidense hundirse en el barro de las trincheras en nombre de la joven democracia de las barras y estrellas.
Todas las burguesías, todos los imperialismos tenían su arsenal de razones “progresistas” para atar a la clase explotada a la causa nacional, para exigir su sangre. No hubo ninguna nación capitalista, ningún centro imperialista involucrado en el conflicto que no se presentara como agredido, amenazado, provocado injustamente, legitimado por las más sagradas justificaciones para la confrontación militar.
Lo importante, lo que todos tenían en común, era la negación del carácter globalmente imperialista de la guerra.
Hoy, ante la precipitación de la crisis ucraniana, ¿debemos concluir que la confrontación ya no tiene ese carácter imperialista? ¿Acaso Rusia, las potencias europeas y los Estados Unidos eran sujetos imperialistas ayer, en la Primera Guerra Mundial, pero no hoy?
¿Debemos aceptar una vez más que el internacionalismo proletario es una frase altisonante y retórica con la que llenarse la boca en tiempos de paz y que se repudia y prostituye cuando la guerra de las burguesías llama al proletariado?
La vergonzosa traición con la que los partidos socialistas abdicaron ante los imperativos burgueses en los albores de la Gran Guerra está siempre a la vuelta de la esquina.
La necesidad, la necesidad vital de reafirmar el auténtico y coherente internacionalismo proletario y revolucionario, será siempre negada, mistificada, ofuscada por los sofismas más infames, las “distinciones” más sutiles, las contorsiones más repugnantes. E incluso en nombre de un pretendido “internacionalismo concreto” -que sólo es tan concreto como su hedor oportunista- se intentará cada vez establecer sobre qué merodeador imperialista recae la “culpa” del conflicto, cuál es el agresor y cuál el agredido, qué merodeador es en conjunto “preferible” o cuál es el más “execrable”. La única “diplomacia” que estos “internacionalistas” no saben o no quieren afirmar es la de la clase obrera, que es siempre la agresora en todos los frentes de la guerra imperialista, que no tiene merodeadores burgueses a los que defender o preferir, teniendo que luchar contra todos ellos.
Hoy como ayer, dicho sin ninguna complacencia ridícula, seremos pocos contra un mundo hostil, hecho de enemigos de clase declarados y de falsos amigos taimados. A pesar de todo, reivindicamos con la cabeza alta la tarea y el honor de enarbolar la bandera del único internacionalismo proletario, el que no tiene otros “adjetivos”, sin compromisos ni concesiones; de enarbolar la bandera roja de la única guerra a cuya llamada podemos responder “¡presente!”: la de los explotados contra los explotadores, contra la guerra del capital y del imperialismo, contra todos los merodeadores implicados en esta enésima partición entre las burguesías.
Es la única manera de contribuir a mantener viva la esperanza, la posibilidad histórica de que la alternativa crucial -socialismo o barbarie- siga abierta, capaz de resolverse en un gran movimiento de liberación de la clase obrera y de toda la humanidad.
23 de febrero de 2022
Prospettiva Marxista – Circolo internazionalista “coalizione operaia”