
Agradecemos a los compañeros del inter-rev.foroactivo.com por haber traducido espontáneamente nuestra posición
Las aceleraciones históricas constituyen, para las formaciones y los sujetos políticos que se refieren al marxismo y a la lucha de clases revolucionaria, una prueba de su naturaleza real, de su asimilación efectiva de los conceptos centrales y de los ejes de la estrategia basada en la única teoría revolucionaria en la era del imperialismo. Es demasiado fácil prodigar profesiones de fe internacionalistas, declararse revolucionario internacionalista, cuando las guerras están lejos -física, política, mediática, ideológicamente-, cuando la movilización de la burguesía con la que se tiene un trato más directo, la “propia” burguesía nacional, es tenue, modesta, sin un fuerte arraigo en la opinión pública. El momento de la verdad llega cuando la “propia” burguesía, comienza a hacer sonar sus trompetas y a hacer sonar sus tambores de guerra, cuando apoya, justifica, celebra, el esfuerzo bélico imperialista; cuando la guerra del imperialismo se presenta, se impone como una guerra “justa” a grandes sectores de la población; cuando llamarse fuera del coro que apoya este esfuerzo bélico -para cuya legitimación las principales fracciones de la burguesía dedican grandes energías y despliegan su capacidad de influir en las opiniones y juicios de una gran parte del cuerpo social- empieza a suponer un coste, cuando mantenerse firme en una posición de clase empieza a atraer acusaciones cada vez menos veladas de deserción, de sabotaje a la noble causa común o incluso de inteligencia con el enemigo. La guerra de Ucrania constituyó y constituye uno de esos momentos de verdad.
Lo ha constituido y lo constituye, sin duda de forma dura y difícil, para las minorías internacionalistas que operan en los espacios sociales del imperialismo ruso, que sin duda han tenido que pagar un precio muy amargo por su coherencia ante la ola nacionalista y la represión que acompañó a la ofensiva militar decidida por Moscú.
Pero esta guerra, en términos por el momento ciertamente menos crudos, es también una prueba para quienes se declaran internacionalistas y actúan y militan en los demás países imperialistas, en los países del Occidente democrático, en diversos grados y términos involucrados y participantes en el conflicto de Ucrania.
Es posible -hay que entenderlo y hasta cierto punto aceptarlo como producto objetivo de una trayectoria histórica- que las minorías revolucionarias inmersas desde hace décadas (condición común a muchas metrópolis imperialistas, sin duda la italiana) en una realidad estancada que ha producido pocos, esporádicos y marginales fenómenos de lucha de clases, de desarrollo de la conciencia de clase del proletariado, que ya no se han beneficiado del contacto vivificante de una fase de intenso conflicto entre las dos clases fundamentales de la sociedad capitalista, hayan luchado inicialmente por orientarse. Es plausible que estas minorías, que han experimentado un repliegue cada vez más pronunciado de la percepción colectiva del marxismo, del debate sobre el marxismo hacia espacios de nicho, que han tenido que, a veces con un esfuerzo casi desesperado, tiendan a mantener un vínculo con la teoría, a formarse en ella, aparentemente con una rara retroalimentación en la dinámica social, a pesar de las continuas y vastas campañas ideológicas en sentido contrario, a pesar del triunfo de un sentido común (incluso en los sectores más amplios de la clase obrera) profundamente opuesto, han pasado por una fase inicial de vacilación, de aturdimiento político, de incomprensión ante la aceleración del conflicto ucraniano con todas sus repercusiones políticas e ideológicas en el conjunto social. Tal vez cultivando expectativas ingenuas (como la de un conflicto capaz de armar al proletariado ucraniano en condiciones de autonomía política y fuerza respecto a su propia burguesía, ignorando así no sólo las condiciones reales de las relaciones de poder actuales entre las clases en Ucrania, sino sobre todo hasta qué punto la burguesía ucraniana, con sus poderes, en esta guerra imperialista es sólo un componente pequeño y subordinado de un conjunto mucho más amplio y estructurado) y ajenas al curso real de los acontecimientos, a los propios supuestos de la guerra. Los hechos, sin embargo, han proporcionado un material sangriento y abundante para una lectura de clase cada vez más clara del conflicto. Hoy en día ya no es posible, a menos que se haya dado completamente la espalda al curso real de los acontecimientos históricos, seguir engañándose sobre la cuestión principal inherente al juicio del conflicto ucraniano. Hoy, frente a la acumulación de datos, desarrollos y confirmaciones, un enfoque marxista coherente y auténtico sólo puede dar una respuesta inequívoca a la cuestión del carácter más esencial, decisivo y omnipresente de la guerra en Ucrania. No se trata sólo de los enormes flujos de armas y de financiación procedentes de los centros imperialistas (instrumentos destinados a ejercer una influencia imperialista incluso más allá de la fase de guerra abierta y directa); no se trata sólo de las intervenciones militares rusas, del refuerzo y atrincheramiento de la presencia e influencia político-militar rusa en partes del territorio ucraniano mucho antes de la ofensiva más amplia de finales de febrero; no es sólo el apoyo (evidentemente interesado) de las potencias emergentes y regionales a la economía de un imperialismo ruso cuyo estatus global está amenazado y que se esfuerza por hacer frente al prolongado esfuerzo bélico; no son sólo las contribuciones, ahora generalmente reconocidas como decisivas, de diversas potencias imperialistas al rearme, el entrenamiento, el apoyo logístico y de inteligencia de las fuerzas armadas del Estado ucraniano; lo que da cuerpo a esta respuesta son, sobre todo, las múltiples imbricaciones, las conexiones, las interacciones internacionales, las disputas abiertas, subyacentes y latentes. Es el proceso de definición y registro de las relaciones de poder imperialistas lo que califica el conflicto de Ucrania como una guerra imperialista en ambos lados y en su naturaleza más íntima. Desde la necesidad del imperialismo ruso de reaccionar ante un debilitamiento de las relaciones internacionales, de marcar líneas rojas cruciales en un área de importancia estratégica para él, frente a los movimientos y avances en la influencia de las potencias rivales, hasta la intervención estadounidense, destinada a estrechar las filas de un bloque europeo alternativo y competitivo respecto a una construcción imperialista continental de cuño alemán y renano. Desde los múltiples bandos y los diversos actores en el juego de la ampliación de la OTAN hasta los movimientos de la potencia regional turca. Desde las intenciones de rearme de Alemania y Japón hasta el posicionamiento de gigantes que pesarán cada vez más en la confrontación imperialista, como China e India. Desde la asertividad del imperialismo británico hasta las ambigüedades atlantistas y la astucia servil pero feroz de un imperialismo italiano que ahora combina la tradicional vocación de su burguesía por la intriga y el pequeño comercio con las carencias y la pasividad de una evidente decadencia.
Descartar todo esto, todas estas manifestaciones flagrantes de la naturaleza del conflicto, como “geopolítica” en contraposición a alguna vara de medir “pura” de clase -casi como si se sugiriera que un punto de vista coherente basado en la clase puede prescindir de un análisis marxista del imperialismo- es sólo hacer una demostración de radicalismo verbal y superficialidad petulante, en la que el carácter oportunista de una interpretación de la guerra inevitablemente acecha y toma cada vez más forma.
Ignorar despreocupadamente esta dinámica imperialista, en la que la guerra de Ucrania está plenamente inserta y de la que se nutre, para proclamar que la naturaleza esencial y más significativa del conflicto sería la de una lucha por la liberación nacional, la de una batalla por el derecho del pueblo ucraniano a la autodeterminación, es haberse convertido, o haberse revelado plenamente, en socialimperialistas.
Pretender restablecer años y años de estrecha confrontación interimperialista en torno a las esferas de influencia en el espacio ucraniano, años y años que han demostrado incuestionablemente cómo este espacio está atravesado por una falla histórica de contención imperialista, decretar que a partir del 24 de febrero comenzaría una nueva historia, libre de los condicionamientos de las presencias, de la injerencia decisiva de las potencias del imperialismo mundial, una nueva historia en la que la clase obrera internacional tendría que elegir un bando sobre otro, tendría que ponerse del lado de un Estado o de un bloque de Estados de las burguesías competidoras, significa, una vez más, sumergirse en el socialimperialismo.
Recurrir a las fórmulas -de matriz jurídica burguesa clara y puntillosamente hipócrita- del agredido y del agresor, del invadido y del invasor, recurrir a la retórica sórdida del beligerante “grande” y del beligerante “pequeño” (el David y el Goliat que cambian sistemáticamente de papel según la partitura de la campaña burguesa específica de referencia) para tratar de ocultar toda la dinámica, todo el proceso imperialista que ha sustentado la evolución histórica que ha desembocado en una guerra abierta en gran parte del territorio ucraniano, es confinar vergonzosamente una posición internacionalista consecuente a ese mundo de pura fantasía en el que sólo se enfrentan estados burgueses de igual tamaño y estatura, operando sus dispositivos militares de forma estrictamente simultánea. Muy conveniente, en una inspección más cercana.
Ignorando, o queriendo ignorar, el hecho de que el Estado ruso es parte integrante de una dinámica imperialista global y que es por derecho propio un actor -aunque debilitado- en esta confrontación, recurriendo quizás a grillas de interpretación y esquemas monstruosamente escolásticos para sacarlo de la definición de “imperialismo”, atribuirle una valencia de alguna manera más progresista o estructuralmente alternativa con respecto a los otros competidores imperialistas, es hacer su propia pequeña -pero no menos nefasta- contribución para engañar al proletariado internacional, para enjaezarlo al carro de los intereses imperialistas específicos. Es, una vez más, social-imperialismo.
Ignorando, o queriendo ignorar, la naturaleza imperialista del conflicto ucraniano, relativizándolo o menospreciándolo arteramente para luego poder apuntar al proletariado ucraniano a la entrega de luchar primero contra el enemigo extranjero, el enemigo de la nación (una práctica que para el proletariado supone, so pena de la insuficiencia de este esfuerzo en la situación específica, real y concreta dada ser regimentado por el Estado de la burguesía ucraniana, a su vez apoyado por las armas y la financiación de un vasto conjunto imperialista) y luego, en un momento posterior por determinar, enfrentarse a su enemigo directo de clase, el “enemigo en casa”, no equivale más que a reproponer uno de los guiones más antiguos y sucios del oportunismo.
Esto no es nada nuevo. Más de un siglo de historia imperialista nos ha enseñado que las “mejores razones” para rehuir una auténtica postura internacionalista se encuentran precisamente en los momentos cruciales en los que es más decisivo reiterarla con fuerza y sin titubeos. En esos momentos, las rimbombantes profesiones de fe internacionalistas, declamadas a veces cuando cuestan poco o nada y cuando contribuyen a construir una imagen de radicalidad, se convierten en contorsiones conceptuales, sutiles distinciones, enmiendas y suspensiones, pero siempre sin la honestidad intelectual necesaria para confesar que han cambiado de bandera. El radicalismo sin raíces en la teoría revolucionaria del proletariado no puede resistir el primer soplo de viento burgués, pero no deja de llamarse radical.
No se puede descartar que la guerra de Ucrania pase a un segundo plano en el mercado de las noticias y de la movilización mediática, que se convierta, al menos durante un tiempo, en ruido de fondo en la percepción de la opinión pública occidental. La maquinaria ideológica de las burguesías menos implicadas directamente en el conflicto puede perder fuelle, reducir su agarre. En este clima, los que contrabandeaban como internacionalismo la indicación al proletariado de elegir uno de los campos imperialistas en el campo podían dejar que lo que había sido su postura tristemente indicativa y reveladora se deslizara en un suave y recatado olvido. A la espera de viejas y nuevas causas supuestamente “progresistas” a las que subordinar la alineación de clases. No importa. El momento de la verdad estuvo ahí y quedarán rastros indelebles de él. En realidad, ni siquiera importa tanto si el fracaso, la cesión, ante esta hora de la verdad se produjo por una profunda incomprensión de la realidad histórica, por una sincera incapacidad de interpretarla con las herramientas conceptuales del marxismo, o si en cambio pesó más esa matriz inagotable del oportunismo que es el miedo a quedar en minoría como enemigos consecuentes de todos los intereses burgueses en la era del imperialismo, la fobia a ser irrelevante con respecto a las categorías absolutamente dominantes e imperantes hoy en día de las campañas políticas e ideológicas de la burguesía, con respecto a la dinámica y la lógica de las relaciones de poder dentro del mundo político burgués. Ese miedo, esa insustancialidad política y humana que impide que los pocos y escasamente relevantes en el orden social y político global de hoy puedan ser, gracias a la continuidad de una coherencia revolucionaria, decisivos en el futuro.
En cambio, importa mucho evaluar el resultado de la confrontación con la guerra ucraniana desde la perspectiva de la evolución futura de la contienda imperialista. El conflicto que dio un salto cualitativo con el ataque protagonizado por el imperialismo ruso a finales de febrero ha dicho algo extremadamente significativo sobre los ritmos y las formas de ese proceso, del que la propia guerra de Ucrania constituye una manifestación, de la aparición de puntos de fricción, de tensión en el orden imperialista mundial. No sabemos si en un futuro próximo surgirán otras líneas de falla con igual evidencia dramática. Todavía no sabemos si las recientes tensiones en torno a Taiwán anticipan un enfrentamiento más amplio. Pero está claro que los múltiples centros neurálgicos del tejido imperialista están preñados de potenciales desarrollos conflictivos porque se han convertido en cruces cruciales en las cambiantes relaciones de poder imperialistas. Esta es la sustancia profunda y real de su función como puntos y momentos de confrontación internacional. Si la tensión en torno a Taiwán, otras zonas en disputa en el Mar de China Meridional, otros puntos de ruptura en Oriente Medio o América Latina, se precipitaran, la opción de ignorar, restar importancia, pasar por alto la dimensión fundamentalmente imperialista de estas crisis, para poner en el centro de una declaración falsamente internacionalista cuestiones como la autodeterminación de los pueblos o los derechos autodenominados de una patria aburguesada e insertada en el juego imperialista, tendría de nuevo el valor de una contribución a la subordinación de nuestra clase, de un obstáculo en la lucha por su autonomía política. Ciertamente, no se trataría de una página del marxismo, sino del registro de un activo en las páginas del libro de contabilidad social-imperialista.
La prueba de la guerra en Ucrania nos dice que este enemigo aparecerá de nuevo, y con fuerza. Seremos, durante un periodo inicial que no podemos cuantificar ni siquiera vagamente, todavía pocos en defensa de la conciencia revolucionaria e internacionalista de nuestra clase. Esto no nos desanima. Por el contrario, da aún más convicción y conciencia a nuestra militancia
Prospettiva Marxista – Circolo internazionalista «coalizione operaia»